Introducción: El panorama económico actual
Para 2026, numerosos analistas anticipan que la economía mundial entrará en recesión debido a una disminución en la disponibilidad de recursos energéticos fundamentales —petróleo crudo, carbón y uranio— en relación con la población. ¿Cómo responden las economías occidentales ante esta perspectiva? Al estilo de los hermanos Marx con aquello de "más madera", o en este caso, más deuda.
Es de primero de economía que los intentos gubernamentales de estimular la economía mediante la emisión de deuda generarán inflación en lugar de crecimiento real, especialmente cuando el suministro de energía está —y continuará estando— limitado. Como señala Gail Tverberg en su publicación del 6 de enero en la revista Oil Price, altas tasas de interés y una disminución de la producción industrial caracterizarán el panorama económico de 2025.
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La paradoja del dinero: creación vs. destrucción
Se dice que el dinero mata, pero de lo que podemos estar seguros es que la forma actual de crear dinero está matando nuestro planeta. Hemos normalizado un sistema que crea dinero como deuda con interés, sin respaldo en riqueza real. Este mecanismo obliga a individuos, empresas y naciones enteras a crecer económicamente de forma exponencial para hacer frente a una deuda que nunca deja de aumentar.
Esta realidad plantea una contradicción fundamental: resulta imposible regular efectivamente la economía si no revisamos el sistema monetario desde su raíz. Y sin regular una economía obsesionada con el crecimiento perpetuo, no podremos frenar la degradación ambiental en general y el cambio climático en particular. Para comprender la magnitud del problema, es fundamental examinar cómo hemos llegado hasta aquí, las ventajas de modificar el sistema monetario y algunas propuestas concretas para su transformación.
Frederick Soddy: el visionario olvidado
La primera persona que probablemente relacionó la ecología con el sistema monetario fue Frederick Soddy, nacido en el Reino Unido hace casi un siglo y medio. Premio Nobel de Química por sus descubrimientos sobre radioactividad, Soddy dedicó posteriormente su brillante mente a investigar sobre economía y sistemas monetarios, escribiendo varios libros notablemente críticos sobre el tema que, lamentablemente, recibieron escasa atención en su tiempo.
Soddy consideraba el dinero y la economía desde una perspectiva termodinámica, entendiéndolos como elementos englobados dentro de un sistema general —la Tierra— cuya única fuente sostenible de energía es la luz solar. Para él, la causa principal de los problemas económicos residía en la confusión entre deuda y riqueza, una confusión generada por la capacidad de los bancos de crear dinero como deuda con interés, sin respaldo en ninguna riqueza real.
Por otro lado, señalaba que la riqueza industrial se crea básicamente utilizando energía fósil acumulada durante millones de años, energía que al liberarse contamina y calienta la atmósfera, y que no puede ser reciclada. Muy adelantado a su tiempo, Soddy planteaba que los humanos deberemos vivir de la energía directa del sol una vez se agoten los combustibles fósiles, anticipando por décadas el actual debate sobre la transición energética.
La crisis sistémica del siglo XXI
La magnitud de los problemas ecológicos y económicos que describía Soddy a principios del siglo XX se ha incrementado exponencialmente. A esta altura del siglo XXI, constituyen el mayor desafío para la humanidad, con una gravedad que podría llevar al colapso de la civilización tal como la conocemos.
El cambio climático, la deforestación, la contaminación del aire y del agua, la acumulación de desechos y un largo etcétera empiezan ya a ser reconocidos como grandes amenazas por amplios sectores de la población mundial, no sólo por el colectivo ecologista y académico que las denunció inicialmente. La evidencia científica es abrumadora, y cada año que pasa vemos manifestaciones más extremas de estos fenómenos en forma de eventos climáticos sin precedentes, pérdida acelerada de biodiversidad y deterioro de ecosistemas fundamentales.
El capitalismo financiero y la sociedad de consumo, al imponer un crecimiento económico perpetuo, resultan ser los principales responsables de esta situación crítica. Como respuesta, han surgido diferentes propuestas globales de sistemas económicos alternativos considerados realmente sostenibles:
- El decrecimiento y poscrecimiento
- La economía de estado estacionario
- La economía ecológica
- La economía circular
- La economía del bien común
- La economía de la suficiencia
Estas propuestas se complementan con medidas concretas como impuestos verdes o el impulso a las energías renovables. Sin embargo, tanto las propuestas concretas como las globales nunca podrán ser verdaderamente eficaces si no abordan la causa última de la necesidad de crecimiento perpetuo, que explica buena parte de las disfunciones del sistema económico predominante en la actualidad.
La causa última: el dinero-deuda
Aquella causa última que ya identificara Soddy hace más de un siglo nunca ha formado parte de las doctrinas económicas dominantes ni tampoco de las reivindicaciones ecologistas principales: la creación de dinero como deuda con interés, una creación realizada por agentes privados que persiguen principalmente el beneficio propio y que apenas cuentan con regulación o limitación efectiva.
Mientras no abordemos este punto fundamental, las demás medidas tan sólo servirán para posponer unos años las consecuencias más graves para la humanidad de una economía basada en el crecimiento perpetuo. El sistema monetario actual provoca irremediablemente que la deuda crezca de forma exponencial, como de hecho ha ocurrido en el último medio siglo desde los años 70 del pasado siglo.
Las cifras son alarmantes: la deuda mundial representa hoy más de tres veces el Producto Interior Bruto o PIB de todo el planeta, y existe mucha más deuda que dinero en circulación. Los países ricos a duras penas logran pagar los intereses que vencen cada año, y solo pueden hacerlo a costa de seguir endeudándose —31.300 millones de euros en los presupuestos generales del estado español de 2023, por ejemplo. Los países no tienen posibilidad alguna de pagar el total de la deuda acumulada.
Este mismo mecanismo atrapa aún más a los países del sur global en una espiral mortal de deuda que recorta servicios y derechos básicos de toda la población en beneficio de los grandes prestamistas internacionales que crean el dinero prácticamente de la nada. Como señala Jason Hickel, antropólogo económico de las universidades de Londres y Autónoma de Barcelona, "tenemos una gran capacidad de producción, una capacidad que requiere de una democracia económica real para no reventar los límites ecológicos del planeta y para lograr que una gran mayoría de la humanidad alcance una vida digna". Podemos hacerlo, señala Hickel, "la cosa es que no lo estamos haciendo".

Las cuatro heridas ecológicas del sistema monetario
Las principales consecuencias ecológicas que tiene el actual sistema monetario son esencialmente cuatro, cada una de ellas con profundas ramificaciones:
1. Producción y consumo exponencial
El sistema actual impulsa una producción y consumo exponencial de recursos y energía, lo que a su vez acelera el cambio climático de forma también exponencial. La lógica es implacable: para pagar deudas crecientes se necesita extraer más recursos, quemar más combustibles y generar más emisiones, en un ciclo que se retroalimenta constantemente.
Esta dinámica explica por qué, a pesar de los avances tecnológicos en eficiencia energética y los compromisos internacionales para reducir emisiones, las concentraciones de gases de efecto invernadero siguen aumentando año tras año. El sistema financiero exige crecimiento, y el crecimiento en un planeta finito implica inevitablemente mayor presión sobre los ecosistemas.
2. Supeditación de los problemas ambientales a los ciclos económicos
El actual sistema monetario provoca la supeditación de los graves problemas ambientales —contaminación, pérdida de biodiversidad, cambio climático— a los ciclos de expansión-burbuja y de contracción-crisis de una economía volátil e inestable, carente de medidas y estrategias efectivas a largo plazo.
Durante las fases de expansión económica, se destinan algunos recursos a la protección ambiental, pero cuando llegan las crisis, estos esfuerzos son los primeros en verse recortados. La volatilidad inherente al sistema financiero actual hace imposible mantener políticas ambientales coherentes y sostenidas en el tiempo, precisamente cuando los problemas ecológicos requieren soluciones estables y de largo plazo.
3. Flujo descontrolado del dinero hacia actividades destructivas
El sistema actual permite y fomenta el flujo del dinero rápido y descontrolado hacia actividades especulativas, contaminantes y contrarias a los acuerdos internacionales y a los derechos humanos, debido al gran beneficio económico que generan a los acreedores.
Destacan por su impacto todas las actividades relacionadas con energías fósiles, guerras y armamento. Los fondos de inversión y grandes capitales siguen apoyando masivamente industrias extractivas altamente contaminantes porque ofrecen retornos rápidos y elevados, necesarios para alimentar el sistema de deuda. Un ejemplo claro es cómo, incluso después del Acuerdo de París, la financiación a empresas de combustibles fósiles no ha disminuido significativamente.
4. Desigualdad creciente y sus costos ambientales
Una cuarta consecuencia del sistema monetario actual es la desigualdad creciente en el reparto de la riqueza, algo que resulta globalmente muy costoso en todas las unidades en las que podamos pensar: dinero, energía, recursos naturales o bienestar humano.
La élite financiera dominante secuestra a países, comunidades y empresas con el arma de la deuda, dando lugar a una reducción de la democracia real y a un control por parte de las grandes corporaciones responsables de la mayor parte del consumo energético y de los vertidos de desechos. Esto trae consigo una paulatina desaparición de la clase media y un incremento de la pobreza, la miseria y los conflictos bélicos, aspectos que conviven muy mal con las preocupaciones ecológicas.
Diversos estudios han demostrado que la desigualdad extrema es ambientalmente insostenible. El consumo ostentoso de las élites genera una huella ecológica desproporcionada, mientras que las comunidades empobrecidas se ven forzadas a prácticas dañinas para el medio ambiente por mera supervivencia.
Alternativas emergentes: la esperanza de un cambio
La buena noticia es que cada vez surgen más voces dentro del mundo académico y político que toman conciencia de la necesidad de transformar el sistema monetario, al ir constatando la relación descrita aquí entre dinero y degradación ambiental.
Las propuestas resultantes abordan desde el dinero soberano creado por el estado —siempre deberá existir una moneda estatal con la que recaudar impuestos y elaborar los presupuestos del estado— hasta las monedas locales o un ecosistema monetario con todas ellas funcionando a la vez.
Las nuevas propuestas de economías realmente sostenibles requieren la creación de dinero libre de deuda e interés y de una soberanía ciudadana en las decisiones sobre el destino del dinero antes de que alcance la economía especulativa y contaminante. Algo que, como propone Miguel Ángel Fernández Ordóñez, ex gobernador del Banco de España, debe llevarnos a "decir adiós a los bancos tal como funcionan actualmente".
La solución más simple: volver a los orígenes
La más simple de las soluciones sería que el sistema funcione como la gran mayoría de la población piensa que funciona el sistema monetario. Es decir, que sólo los bancos centrales emitan el nuevo dinero, libre de deuda e interés, y que los bancos privados sean simplemente intermediarios entre los bancos centrales y los ciudadanos, gestionando nóminas, recibiendo ahorros, concediendo préstamos con dinero existente previamente y cobrando las correspondientes comisiones por estos servicios.
No es una idea reciente, sino algo difícil de aceptar por los poderes fácticos. Hace un siglo, en el Plan Chicago de los años 30, Lauchlin Currie de la Universidad de Harvard e Irving Fisher de la Universidad de Yale abogaban por el sistema de reserva 100%, es decir, que los bancos tengan previamente el 100% del dinero que prestan, algo que reduciría drásticamente la deuda pública y privada. Dicho plan fue revisado por el Fondo Monetario Internacional en 2012, encontrando razón y sensatez al plan y a todas las hipótesis de Fisher.
Movimientos de reforma monetaria: avances globales
En la actualidad, además de estudios académicos y de varios bancos centrales, se han constituido diversos movimientos en varios países, asociados internacionalmente en el International Movement for Monetary Reform. Se van alcanzando algunos logros reseñables:
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Canadá, 2011: El Committee on Monetary and Economic Reform (COMER) presenta una demanda constitucional contra el Banco Central de Canadá.
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Reino Unido, 2014: Se realiza un debate en el Parlamento sobre creación monetaria, abriendo el tema al escrutinio público.
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Dinamarca, 2015: Una propuesta sobre reforma monetaria es llevada al Parlamento por iniciativa ciudadana.
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Islandia, 2015: El gobierno publica el informe "Monetary Reform, a Better Monetary System for Iceland", tras recuperarse de la crisis financiera que golpeó duramente al país.
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Países Bajos, 2016: Se abre un debate en el Parlamento sobre la creación monetaria y sus implicaciones para la economía real.
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Suiza, 2018: Se realiza un referéndum sobre dinero soberano, que aunque no resultó aprobado, llevó el debate a toda la sociedad suiza.
Actualmente, casi todos los bancos centrales del mundo ya están estudiando e incluso llevando a cabo proyectos pilotos sobre monedas digitales para estos bancos centrales (CBDC, por sus siglas en inglés). Numerosos autores abogan por ellas, por ejemplo, Joseph Huber en su libro "El punto de inflexión monetaria: del dinero bancario a la moneda digital de los bancos centrales".
Este cambio representa una gran oportunidad para generar un sistema monetario más justo, democrático, estable, sostenible y eficiente que no exija un crecimiento perpetuo. Un sistema monetario que permita mitigar realmente el cambio climático y reducir con rapidez la creciente huella ambiental de los países, entidades y fortunas que se sitúan en su mayoría en el norte global.
Monedas locales: laboratorios de cambio real
Un fenómeno muy interesante a la hora de compensar por la injusticia, la ineficiencia y la insostenibilidad del sistema monetario preponderante es el de la moneda local. Hay ya numerosas iniciativas en muchos países del mundo, que demuestran que otras formas de crear y gestionar el dinero son posibles.
Se habla de una "moneda de transición" basada en las monedas locales utilizadas por el movimiento de ciudades en transición, especialmente en el Reino Unido. Destacan, por ejemplo:
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Brixton Pound y Bristol Pound en el Reino Unido, que han revitalizado economías locales y reducido la huella de carbono al fomentar el comercio de proximidad.
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Berkshires en Estados Unidos, un sistema que ha logrado mantenerse durante décadas, demostrando su viabilidad a largo plazo.
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Salt Spring Dollars en Canadá, un ejemplo de cómo las comunidades insulares pueden aumentar su resiliencia económica.
En España también existen ejemplos prometedores, como el de Equilur en Vizcaya, una cooperativa de consumo sin ánimo de lucro formada por personas consumidoras, negocios locales, empresas, asociaciones y entidades públicas que están tejiendo redes comerciales locales apoyadas en herramientas de pago ágiles y seguras que facilitan su empoderamiento en el uso del dinero como motor de transformación social.
Estas iniciativas no solo ofrecen alternativas prácticas al sistema monetario dominante, sino que también construyen comunidades más resilientes y conscientes del impacto de sus decisiones económicas en el entorno natural.
La urgencia del cambio ante la crisis climática
La mala noticia es que tenemos poco tiempo. La necesidad de incrementar constantemente el consumo de energía para crecer exponencialmente, con la consiguiente generación de desechos como el CO2 y otros gases de efecto invernadero, son una consecuencia directa de la creación de dinero como deuda con interés.
Mientras no cambiemos el actual sistema monetario, la lucha contra el cambio climático estará condenada al fracaso. Es un problema estructural, no de políticas concretas. Aumentar la eficiencia energética, transicionar a energías renovables, revisar el mercado de carbono, actualizar los impuestos verdes o repercutir las externalidades en el precio de los productos son instrumentos y medidas que funcionan, pero nunca resolverán el problema de fondo: el crecimiento exponencial de una actividad económica espoleada por una creación virtual y prácticamente ilimitada de dinero por entidades bancarias y financieras privadas.
Son pequeñas soluciones parciales de corto plazo dentro de un sistema abocado al colapso a medio o largo plazo si no se abordan sus contradicciones fundamentales.
Conclusión: democratizar el dinero para salvar el planeta
Resulta hoy en día tan imprescindible como urgente revisar a fondo el sistema monetario predominante, por poco que hayamos entendido la apremiante gravedad del cambio climático y cómo su mitigación está comprometida cuando el dinero sigue creándose como deuda con interés, sin base en la riqueza real, sin transparencia y sin apenas regulación estatal y ciudadana.
Mientras todas estas iniciativas académicas, de los bancos centrales y de numerosas organizaciones civiles avanzan lentamente, la deuda, su interés y sus impactos ambientales y sociales siguen creciendo de forma acelerada, ampliando la brecha entre lo que necesitamos hacer y lo que realmente estamos haciendo.
La democratización del dinero no es solo una cuestión de justicia social, sino también de supervivencia ecológica. Un sistema monetario sostenible debe estar al servicio de las personas y del planeta, no de intereses financieros privados cuya lógica de funcionamiento es inherentemente destructiva para los ecosistemas que sustentan la vida.
Como sociedad global, enfrentamos una disyuntiva clara: o transformamos radicalmente nuestro sistema monetario para hacerlo compatible con los límites planetarios, o nos encaminamos hacia un colapso socioecológico de proporciones sin precedentes. La elección está en nuestras manos, y el tiempo para tomarla se agota rápidamente.
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